DIBUJOS PARA COLOREAR (descargalos acá)
Cuento leído por la seño Guillermina Pérez:
Canción de Leopoldo, por Juan Ignacio Bianco y Facundo Martín:
Había una vez una nena muy pero muy inquieta que se llamaba Pipina, Pipina la Pisculeta. Pipina era tan inquieta que a veces, mientras dormía, movía las piernas en círculos, porque soñaba que iba paseando en su bicicleta. Durante el día, corría; si no corría, saltaba; si no saltaba, bailaba; si no bailaba, giraba. Daba vueltas y más vueltas hasta sentirse mareada, y cuando todo a su alrededor comenzaba a girar, aunque su madre le advirtiera que podía tropezar, volvía a correr y a saltar y a bailar y a dar vueltas y más vueltas hasta sentirse mareada.
Una sola actividad tranquilizaba a Pipina. Pipina estaba tranquila cuando, sentada en una silla o recostada en un sillón, leía sus libros de cuentos; entonces la que corría era su imaginación. Tenía una biblioteca alta como un edificio, con libros de todos colores, que iban del techo hasta el piso. Su abuela le había regalado uno nuevo esa mañana para que ella lo leyera siempre que le dieran ganas.
El libro contaba la historia de Leopoldo. Leopoldo era un perro, pero no un perro cualquiera; era un perro salchicha, y tenía la dicha de vivir en una casa con techos de tejas rojas y ventanas coloridas.
Todo fue felicidad en la vida de Leopoldo, hasta el día en el que el niño de la casa le preguntó a su mamá:
—Mamá, ¿hoy que vamos a cenar?
La madre hizo el anuncio que hizo temblar sus patitas.
—Prepárense, que esta noche vamos a comer salchichas.
Leopoldo lloró escondido debajo de un almohadón. No quería que lo comieran con kétchup o salsa golf. Se metió bajo el mantel cuando pusieron la mesa. No quería que lo comieran con mostaza o mayonesa. Alguien, en un descuido, dejó una ventana abierta, y Leopoldo se escapó pasando entre las rejas. Corrió con sus patas cortas hasta llegar a una plaza y durmió acurrucadito sobre los pies de una estatua.
A la mañana siguiente, cuando el sol resplandecía, Leopoldo cayó en la cuenta de que ni casa tenía. Caminó solo y tranquilo por la vereda angosta de una avenida muy ancha, llena, llena de edificios, pero vacía de casas. Había autos a montones y debía esperar sentado para cruzar cada esquina. En la primera un señor lo cruzó en su mochila; en la segunda se subió al carrito de un bebé y en la tercera, valiente, cruzó a pata, pata pie.
Dobló en una calle angosta, con las veredas muy anchas, que no tenía edificios y estaba llena de casas. Encontró una muy bonita, con las paredes naranjas, una puerta color verde y flores en la ventana. Como no llegaba al timbre ni parándose en dos patas rascó tres veces la puerta y esperó a que le abran.
Pipina estaba sentada leyendo su hermoso libro cuando un ruido la distrajo. “¿Será mi imaginación o alguien rascó la puerta?”, se preguntó, cerró el libro y escuchó con atención. RAHJ! RAHJ! RAHJ!. Otra vez, sobre su puerta, alguien rascó y rascó.
¡Qué sorpresa cuando abrió y vio a un perro salchicha que era igual al del dibujo del libro que ella leía! “¿Leopoldo?”, le preguntó, y el perro dijo que sí moviendo su cabecita.
Pipina lo hizo pasar y, aunque su nombre rimaba mejor con un té de boldo, le preparó un té de tilo. Sentada en el sillón, con Leopoldo a un costadito, le explicó el malentendido:
—Leopoldo, no te preocupes, que nadie quiere comerte —caminó hasta la cocina y volvió con un paquete—. ¿Ves? Estas también son salchichas, son seis y siempre están juntas. Se comen en pan o solas, con arroz, puré o verduras.
En lugar de alegrarse, Leopoldo se puso triste, porque se sentía solo. Si los salchichas andaban siempre juntos y de a seis, ¿dónde estarían los cinco que debían estar con él?
Pipina le prometió que lo ayudaría a encontrarlos. Buscaron en su habitación, también en la de sus padres, debajo de la cama chica, arriba de la cama grande. En el patio, en la bañera, en el ropero, en el parque. Después de tanto buscar sin encontrar a nadie Leopoldo se preguntó “¿Dónde estarán mis hermanos?”. Pipina tuvo una idea: “Si todo lo que veo en el libro se convierte en realidad, en lugar de seguir buscando, los podemos dibujar”.
Pipina buscó sus lápices, sus témperas y sus crayones, y en la última hoja del libro de Leopoldo dibujó uno a uno cinco perros salchicha. Al primero lo hizo largo, largo y con ojos saltones, y debajo del dibujo escribió el nombre Julio; el segundo, más gordito, recibió el nombre Osvaldo; el tercero tenía anteojos y se llamaba Rodolfo; el cuarto, que era Ernesto, tenía lindos bigotes, y el quinto, que era Roberto, parecía un perro loco. Por último, junto a los cinco, lo dibujó a Leopoldo. Los pintaron los dos juntos, Pipina con sus pinceles y Leopoldo con sus patas.
Terminaron el dibujo y oyeron un ruido extraño. RAHJ! RAHJ! RAHJ!. En la puerta de la casa alguien estaba rascando.
Genial!🌷
Muy lindo ! 😊
Es el cuento que les quiero leer a mis peques
Hermoso!! A mi bebé le encantó!
A Marcelo mi hijo le encantó 🙃